Un reportaje de:
Nora Bär
LA NACION
Jueves 11 de noviembre de 2010 | Publicado
en edición impresa
Después de más de un siglo de las
primeras manifestaciones de lo que daría en llamarse feminismo (desde que
comenzó el reclamo de las mujeres por su derecho al sufragio), habrá quienes
piensen que los temas de equidad de género están "pasados de moda".
Sin embargo, la neurocientífica
Sharon Hrynkow, que desde hace 20 años trabaja como asesora del Departamento de
Estado de los Estados Unidos y como funcionaria de los Institutos Nacionales de
Salud en sida, enfermedades infecciosas y cambio climático, entre otros temas,
está convencida de lo contrario.
Madre de dos varones de 15 y 11 años
(que pudo cuidar y educar mientras desarrollaba su carrera gracias a la ayuda
de "un marido muy comprensivo", confiesa),Hrynkow inició hace una
década una serie de actividades para impulsar el avance de las investigadoras
en países de ingresos medios y bajos.
"Como parte de esos programas
?afirma la científica, que vino a Buenos Aires para participar en el congreso
internacional Las Políticas de Equidad de Género en Prospectiva: Nuevos
Escenarios, Actores y Articulaciones, organizado por Flacso?, me di cuenta de
que las mujeres que trabajan en ciencia necesitan ayuda para poder participar
como socias plenas en la investigación."
-Doctora Hrynkow,
¿qué la lleva a pensar que es importante apoyar a las mujeres que hacen
ciencia?
-Bueno, hay muchas científicas a las
que les está yendo muy bien, pero otras que quisieran dedicarse plenamente a la
investigación no logran hacerlo. Tenemos que ayudarlas para que puedan
desarrollar más plenamente sus potencialidades.
Para apoyar esto podemos analizar
brevemente los números: por ejemplo, en la Academia Nacional de Ciencias de los
Estados Unidos, una institución de elite a la que el gobierno norteamericano
acude en busca de consejo y asesoramiento, la proporción de mujeres es del 20%.
Y si miramos alrededor del mundo, el número de mujeres en puestos de dirección
de instituciones del sistema científico va del 6 al 20 por ciento.
-¿Se da una
distribución tan desigual también entre los estudiantes de carreras
científicas?
-Curiosamente, es casi lo contrario:
entre los subgraduados, el porcentaje de varones y mujeres es de
aproximadamente 50 y 50. Pero a medida que uno asciende en la escala
jerárquica, las mujeres van abandonando.
-¿Cuáles diría
usted que son los principales obstáculos que impiden la incorporación plena de
las mujeres en la ciencia?
-Hay muchos, pero uno de los más
extendidos es el hecho de que ellas son las principales cuidadoras de la
familia. Aunque a mí no me gusta mencionarlo como un obstáculo, sino más bien
como un hecho de la vida...
Muchas veces, las mujeres se toman un
tiempo cuando están iniciando sus carreras, para ocuparse de los chicos... y
luego ya les es difícil volver.
Eso es lo primero que viene a nuestra
mente. Pero hay otros problemas en los que no pensamos con frecuencia. En los
Estados Unidos analizamos este escenario muy, muy cuidadosamente y vimos que
hay sesgos contra las mujeres.
Algunos se dan abiertamente y otros
en forma sutil. Y aunque como científicos pensamos que somos muy objetivos,
cuando evaluamos candidatos para un puesto de trabajo, por ejemplo,
establecemos diferencias si se trata de un hombre o de una mujer.
-¿Qué tipo de
diferencias observaron?
-Hay todo un cuerpo de estudios y
literatura científica reunidos por investigadores en ciencias humanas y
sociales sobre este tema. Uno de los problemas que detectaron es que si una
persona hace un pedido de subsidio y tiene nombre masculino, obtendrá cierto
puntaje. Pero si los mismos antecedentes los presenta una mujer, el puntaje que
se le asigna es menor.
-En 2005, Lawrence
Summers, entonces presidente nada menos que de la Universidad de Harvard, debió
renunciar a su puesto por decir que las mujeres son menos aptas que los hombres
para las ciencias duras. ¿Existen evaluaciones de la productividad y calidad
del trabajo de las mujeres en comparación con el de los hombres?
-Sí: las mujeres son tan productivas
y aptas para hacer ciencias duras e ingeniería como los hombres. Pero aunque
lleguen a los niveles más altos de su actividad, tengan familia y hayan criado
a sus hijos, no son reconocidas por ese doble logro.
-¿Qué se le ocurre
para resolver este problema?
-En primer lugar, tenemos que tratar
de entenderlo, y de eso justamente se trata este encuentro de Flacso. Después,
también hay prácticas que pueden ponerse en marcha.
Ya tenemos éxitos para celebrar: por
ejemplo, hay instituciones que tienen políticas que les permiten a las mujeres
concurrir a congresos o conferencias con una persona que se ocupe de sus hijos,
y también estrategias de reclutamiento creativas que permiten contratar a ambos
integrantes de una pareja para que puedan trabajar en la misma ciudad.
-¿De quién depende
que se pueda alcanzar una equidad de género?
-Creo que la cultura de las
instituciones es muy importante. Tenemos que pensar no sólo en la formación,
sino también en el entorno en el que las mujeres van a trabajar. Hay que
ofrecerles remuneración equitativa. Este no es un problema de las mujeres, sino
de toda la sociedad. Por eso hay que comenzar desde el principio: tenemos que
ver muy bien qué mensajes les estamos dando a nuestros hijos e hijas.
-¿Qué pierde la
ciencia sin la participación de las mujeres?
-Lo más maravilloso, porque la
innovación viene de la diversidad. No solamente de las mujeres, sino también de
las minorías. Ellas tienen mucho que aportar.
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