Para el pedagogo francés Gilles Ferry: “La
formación es algo que tiene relación con la forma. Formarse es adquirir una
cierta forma. Una forma para actuar, para reflexionar y perfeccionar esa forma
(…) formarse es ponerse en forma (…) la formación consiste en encontrar formas
para cumplir con ciertas tareas para ejercer un oficio, una profesión, un
trabajo, un empleo. Cuando se habla de formación, se habla de formación
profesional, de ponerse en condiciones para ejercer prácticas profesionales.
Esto presupone, obviamente muchas cosas: conocimientos, habilidades, cierta
representación del trabajo a realizar, de la profesión que va a ejercerse, la
concepción del rol que uno va a desempeñar, etc…”[1]
Egresar
con el título de profesor, cuándo hasta no hace mucho éramos alumnos, supone
una dosis de alivio por el ciclo cumplido y una alegría por haber alcanzado una
meta, aunque todo está teñido de incertidumbres para iniciar el recorrido
profesional.
“Ponerse
en forma” tal como lo dice Ferry
significó para mí buscar la alternativa de transitar el aula con el
acompañamiento de una docente, cursando
una adscripción en Pedagogía durante 2 años, en el mismo Instituto de Formación
Docente “Olga Cossettini” donde me graduara.
La docente que me aceptó para una adscripción en su materia, a quien debo la generosidad de
recibirme y la paciencia para conducirme, considera en primer lugar que la
formación del profesorado, es una instancia inicial en la trayectoria ya que
como un camino recorrido la misma puede ser interpretada dentro de un
continuum.
¿Qué
supuso el tránsito por los años de adscripción, presenciando clases, tomando
apuntes, dando clases y colaborando como puente entre la cátedra y los
alumnos?. Representó la ocasión de una formación continua, problematizando la
enseñanza poniendo en foco lo que sucede en el aula. No fue un mero
entrenamiento, una capacitación para instrumentalizar los modelos o el
currículo, el objetivo fue el aprendizaje para la autonomía, para ser capaz de
transmitir saberes, de trabajar en equipo y de investigar; siempre con un
compromiso ético y político con los resultados de los aprendizajes de los
alumnos.
Agenciarse
de las herramientas para trabajar en el aula implica incorporar y fundamentar
opciones de enseñanza, preparando la reflexión y acción en contexto, en
situaciones concretas. La adscripción resulta así una formación que se
construye con una mirada crítica de la propia acción y una experiencia de
transmisión del saber, del saber hacer y del saber ser.
La
oportunidad de cursar en el Instituto esta instancia, permite empezar a
subsanar la dicotomía que se presenta, en el imaginario del ámbito de la
educación, que enfrenta a la didáctica con la formación disciplinar.
Por
último esta etapa responde a una vieja pregunta: ¿Cómo se forma a un buen
docente?¿Qué se espera de él? No pretendo ser original en la respuesta y voy a
utilizar las palabras de Gimeno Sacristán para contestarlas:
“¿Qué
espero de un docente? Que tenga salud mental, tolere conflictos interpersonales
y sienta seguridad para estar frente a un grupo al que debe tratar bien. Tiene que
saber algo bien sabido y contarlo bien contado. Debe trabajar en equipo, perfeccionarse
continuamente y situarse en su contexto histórico, social y pedagógico. Formarse
no es sólo ir a cursillos. El docente se perfecciona si estudia, lee y escribe,
más allá de si es lunes o domingo. Es una actitud autónoma e inherente a su ser.
(…) El docente debe comprender que es un servidor social; tiene una obligación porque
el alumno tiene derecho a recibir la mejor educación”.
[1] Ferry, Gilles; (1997); “Pedagogía de la formación”, Buenos Aires, Revista Novedades Educativas, 1997, pág.53; Citado por Devalle de Rendo, Alicia en “Una escuela en y para la diversidad. El entramado de la diversidad” pp. 132 y 133. Editorial Aique S.A. Buenos Aires.
No hay comentarios:
Publicar un comentario