Más
allá del capital cultural con el que cada niño y niña llega a las instituciones
educativas, la cultura escolar inculca en los individuos un conjunto de
categorías de pensamiento que les permite comunicarse entre ellos. Estos
esquemas de pensamiento y lenguaje, operan a diferentes niveles de conciencia,
desde los más manifiestos, aprehendidos por la acción pedagógica, hasta las
formas más profundas, que son actualizados en los actos de creación cultural o
de decodificación.
Dirá Pierre Bourdieu[1] que la enseñanza modifica el
contenido y el espíritu del saber que transmite y constituye una cultura de
clase fundada en la primacía de ciertos modos de pensar y expresarse. Bourdieu
pone en evidencia la influencia de la escuela sobre la personalidad intelectual
de una nación.
Los
estereotipos de género pueden definirse como un conjunto de creencias
compartidas socialmente acerca de las características que poseen hombres y
mujeres de acuerdo a su sexo, y que suelen sostenerse en forma errónea como una
tipología de todos los miembros de uno de estos grupos. El estereotipo suele
estar compuesto por creencias tales como que las mujeres son emocionales,
irreflexivas, sumisas, dependientes, cariñosas y sensibles a las necesidades de
los demás. Por otra parte, según el estereotipo masculino, los hombres son
dominantes, agresivos, competitivos, objetivos y con tendencia al liderazgo, y
esta visión tampoco se corresponde necesariamente con la realidad, sino que
constituye una percepción anclada en
patrones de pensamiento que han servido para regular la vida en sociedad manteniendo el status quo y las
relaciones de poder justificando conductas discriminatorias.
[1]
Bourdieu, P; Chamboredon, J.C; Passeron, J.C; (1976), “El oficio de sociólogo: presupuestos epistemológicos”, Siglo XXI
Editores, España, pp. 367-368.
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