A partir de la Ley 26206 de Educación Nacional de
2006, la educación secundaria se convirtió en obligatoria. A diferencia de
otros países latinoamericanos, la opción de la política educativa argentina ha
vuelto obligatoria tanto la enseñanza secundaria básica como la enseñanza
secundaria superior, restableciendo la unidad de la escuela media que había
desestructurado junto con todo el sistema la Ley Federal de Educación de 1993.
Hay algo importante para tener en cuenta en relación
a la obligatoriedad, que ejemplifica los desafíos que tenemos los docentes en nuestro
paso por las aulas. El pedagogo Philippe Meirieu sostiene que la dificultad de
la educación, y en nuestro caso la retención y finalización de los jóvenes en
el nivel medio, es que
“la instrucción es obligatoria, pero no tenemos
poder sobre la decisión de aprender. Esta no es producto de ninguna “causa”
mecánica, no se deduce de ningún modo de ser hipotético, no puede pronosticarse
a partir de ningún análisis a priori. La decisión de aprender cada cual la
adopta solo, por razones que, sin embargo, no son propias de quien las adopta”
(Meirieu, Ph. 1998)
Dussel considera que
el obstáculo que nos complica en
el cumplimiento de la meta que trata sobre la universalización del nivel, es
justamente la débil capacidad de alentar la decisión de aprender por parte de
los estudiantes que hoy concurren a las escuelas secundarias. Esta decisión, si
bien deben tomarla los estudiantes, puede y debe ser impulsada y enriquecida
por una propuesta curricular interesante y convocante, una propuesta inclusiva
en sus formas y en sus modos de aproximarse a las nuevas generaciones.
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