Todas las sociedades creen que la
perpetuación de sus modelos se producirá de modo natural.
Los siglos pasados siempre creyeron que
el futuro se conformaría de acuerdo con sus creencias e instituciones. El
Imperio Romano, tan dilatado en el tiempo, es el paradigma de esta seguridad de
pervivir. Sin embargo, cayeron, como todos los imperios anteriores y
posteriores, el musulmán, el bizantino, el austrohúngaro y el soviético. El
siglo XX ha eliminado totalmente la predictividad del futuro como extrapolación
del presente e introdujo la incertidumbre sobre nuestro futuro.
En la primera década del siglo XXI nos
encontramos con paisajes sociales conocidos, que siendo percibidos como
dificultosos, peligrosos y hasta indignos nos obliga a otras miradas, a la
reinterpretación de significaciones que creíamos saber.
Es un relato repetido hasta el cansancio
que la sociedad ha sufrido transformaciones en su propia constitución. Las
estructuras han estallado, haciendo visible nuevos esquemas de organización
(familia, tribus urbanas, grupos de nuevos pobres, Estado) y nuevas formas de
relacionarse.
Dice García Canclini “la globalización
es tanto un conjunto de procesos de homogeneización como de fraccionamiento
articulado del mundo, que reordenan las diferencias y las desigualdades sin
suprimirlas. O sea que estamos identificando una doble agenda de la globalización:
por una parte, integra y comunica; por otra segrega y dispersa” (1)
¿Cuál es el rol de la educación en
contextos de crisis y complejos?
“Si los límites de nuestro universo de
indagación son los jóvenes de sectores populares, parece pertinente comenzar
acercando una descripción sobre lo popular. ¿De qué hablamos cuando decimos
sectores populares?” (2)
La noción de clases populares remite a
la desigualdad en la apropiación de bienes materiales y simbólicos. Es evidente
que se sigue esperando que la alfabetización y la escolarización sean capaces
de coadyuvar fuertemente a la inclusión social y productiva.
“Pobres, inmigrantes, pueblos
originarios, obreros, desocupados, jóvenes, mujeres, que no logran acceder o
permanecer en la escuela, y suman a su exclusión social – económica, la
educativa. Ellos son los marginados pedagógicos.” (3)
Es real que el docente se siente
desbordado, no reconocido y muchas veces impotente. Las palabras se transforman
y cobran vida como imágenes, a veces angustiosas, en cada escuela, todos los
días del año. Entre lo aprendido y lo inesperado, su tarea oscila entre una
teoría parecida a un cascarón vacío y un aula que se le presenta lejana a sus
esquemas de comprensión y distanciada de su proyecto biográfico.
“Frente a las presiones que los
educadores y las instituciones educativas enfrentan, el debate en educación
tiende a replegarse ante lo urgente, por lo que el razonamiento teórico parece
marginal y para algunos un saber de menor escala”. (4)
Quien no tenga claro que éste es un campo
de lucha, casualmente mencionado en todos los discursos políticos, está parado
en un imaginario fuera de época. Quien no se reconozca como militante, y esté
dispuesto a favorecer con su trabajo el desarrollo de sujetos en crecimiento,
tampoco midió las consecuencias de
abrazar una profesión que no puede diluirse en declaraciones de principios.
Fuentes:
(1) García
Canclini, Néstor,” Diferentes, desiguales y desconectados”; Edit.Gedisa,
Barcelona, 2004.
(2) Duschatzky,
Silvia;” La escuela como frontera”; Edit.Paidós, Bs.As, 1999
(3) Rodriguez,
Lidia;” Saberes socialmente productivos, formación y proyecto”; Universidad
Nacional Autónoma de México; 2004.
(4) Puiggrós,
Adriana; “El lugar del saber. Conflictos y alternativas entre educación,
conocimiento y política”; Edit. Galerna, Bs.As, 2003.
No hay comentarios:
Publicar un comentario